sábado, 21 de noviembre de 2009

Purgar el corazón...

Miro las lápidas adornadas en el panteón que está al lado del Santuario del Señor de la Cuevita. El lugar ya casi no tiene visitantes. Después del 1 y 2 de noviembre, todos se olvidan del lugar.

A veces miramos con desolación las solitarias tumbas cuando visitamos a los familiares muertos
en el mes de noviembre.

Pero para muchos es inevitable recordar cosas del pasado: comentarios, la compañía, las charlas que se tuvieron con quienes se han ido, ya sea por la muerte o por la distancia, el amor a otras personas.

Me niego a estar en el pasado, pero la mente, el cerebro –generalmente decimos corazón– nos juega malos ratos e inevitablemente nos trae el pasado al presente.

A veces quiero saber cómo es posible que siempre esté en mi mente el recuerdo de una persona que dejé de ver hace 15 años.

Tal vez sea que, mi cerebro, siente que no se ha cerrado un círculo, una etapa.

No lamento lo que viví con ella, lamento que se haya ido de mi vida.

Sean estas palabras un homenaje, una despedida a Zonia, un reconocimiento público de mis errores. Ahora ya no me duele escribir su nombre.

Sí, expresé comentarios que más que ayudar en una reconciliación, nos alejaron; sí, tal vez su madre influyó algo o demasiado en la separación, pero me queda claro que pudimos formar una familia estable.

Pero bueno, cerrando esa estapa de mi vida, me hubiera gustado despedirme de ella. Cuando nos separamos, cerca de metro Zapata, quedamos de volvernos a ver. Nunca sucedió. Quisiera despedirme formalmente, deseando que le vaya bien.

Quizá, así, mi corazón quede purgado de una buena vez por todas. ¿Quién no se ha quedado con un "adiós" el alma para una persona especial que se fue?

¿Quién tiró el plato de lentejas?

Cucufato [1] era un niño de siete años, de piel morena, cabello castaño y de ojos negros. Siempre gritaba y hacía enojar a la gente mayo...