domingo, 5 de abril de 2015

¿Quién tiró el plato de lentejas?


Cucufato[1] era un niño de siete años, de piel morena, cabello castaño y de ojos negros. Siempre gritaba y hacía enojar a la gente mayor. Cuando tenía un berrinche, se arrojaba al piso, daba cinco vueltas y se quedaba callado en un rincón. A Cucufato le gustaba perseguir y maltratar a los gatos: les amarraba lazos con corcholatas a la cola o en el cuello. No le gustaba la sopa, los frijoles y las lentejas. Con ellas –las lentejas– se ensañaba con más ferocidad.
          Cada vez que su mamá traía las lentejas del mercado, se robaba la bolsa, le hacía un hoyito y se iba corriendo por toda la calle hasta que no quedaba ni un solo grano.
          Un día, un viernes, específicamente, no pudo hacer lo mismo, porque... ¡lo habían castigado en la escuela! (por eso les digo que si les jalan las trenzas a las niñas, se pueden quedar con ellas y eso es mal negocio).
          Al llegar Cucufato de la escuela, se dispuso a perseguir al gato atigrado de su vecino, pero no lo encontró, pero tampoco encontró a su “Dorotea”, gata blanca.
          Cucufato se puso triste, muy triste. Se acercó al chabacano de su jardín y se dedicó a contar hormigas rojas y negras, luego se subió al árbol y contó aviones. Su mamá lo llamó a comer.
          La señora Cucufata le acercó un plato de salchichas en jitomate. Comió sin decir palabra alguna, mientras le traían las tortillas calientes de la cocina.
          Cucufato se quedó sólo en el comedor y con ganas de hacer una travesura. Pensaba: “¿Qué haré?” Su mamá vino, se llevó el plato vacío y regresó con otro.
          Cucufato no podía quitar su cara de sorpresa al ver el plato de lentejas. Sus ojos estaban enormes y no sabía qué hacer.
          El teléfono empezó a repiquetear para su suerte. “Te comes las lentejas” sentenció su madre e inmediatamente fue a contestar la llamada.
          Miró largamente las lentejas sin decir nada.
          De pronto, una pequeña lenteja verde oscuro dijo: “¿Por qué no nos comes? Somos muy sabrosas”. “Si nos echan rebanadas de plátano macho, todavía más”, dijo otra. Dos lentejas más jacarandosas gritaron: “¡Somos más ricas con tocino...!”
          Cucufato  se atrevió a gritar muy enojado: “¡A mí nunca me gustarán las lentejas, nunca!” Entonces agarró su cuchara y atrapó a las cuatro lentejas habladoras y las arrojó al bote de la basura.
          Las lentejas hicieron una reunión en el plato, mientras Cucufato iba por agua de sabor a la cocina para ocultar el sabor de las lentejas. Pero...
          Los gatos empezaron a maullar de miedo en el jardín.
          Tomó su vaso con limonada y se sentó frente a su plato. Tenía una difícil decisión: comer las lentejas o recibir una tunda de su madre. Se armó de valor y tomó la cuchara. Sabía que no podría engañar a su madre.
          Las lentejas esperaron el  momento oportuno y cuando Cucufato se acercó al plato, una lenteja le brincó al rostro, pero cayó al piso. Cucufato miraba azorado a la lenteja en el piso y, de pronto, todas las lentejas, cada grano de diferente tono verde, como si fuera un chorro de agua que saliera de una manguera, cubrió poco a poco a Cucufato. No pudo gritar, porque un grupo de lentejas le tapó la boca. Cucufato sintió que se derretía como un pedazo de hielo bajo el sol.
          “¡Mamá!”, gritó, pero nadie lo escuchaba: Cucufato se había convertido en una lenteja más. La “Dorotea” de Cucufato se asomó por la puerta de la cocina y partió a gran velocidad.
          La señora Cucufata regresó y encontró las lentejas y gritó: “¡Cucufato, ven aquí! ¿Dejaste meter al gato otra vez...? ¡Cucufato...! ¿Quién tiró el plato de lentejas...?” La mamá de Cucufato se enojó muchísimo, sin embargo fue por la escoba y el recogedor para limpiar el desorden. Cuando dio la primera barrida, Cucufato gritaba que no lo hiciera, porque él estaba ahí.
          “¡No mamá, no lo hagas...!”, gritaba desesperado desde el recogedor.
          Al caer en el interior del bote de la basura ya no pudo gritar más. La señora Cucufata esperó a que llegase Cucufato, pensaba que había salido al patio a jugar, pero al darse cuenta de que no aparecía, lo buscó. No lo halló en el jardín, ni bajo su cama, ni dentro del ropero. Preguntó a sus amigos y vecinos, pero nadie le pudo dar razón de su hijo. Doña Cucufata lloró por mucho tiempo.
          A Cucufato no lo volvieron a ver, porque se perdió en un basurero municipal.


Ángel Emiliano Herrera Maguey
(Julio 20-26, 1993 - octubre, 2012)



[1] Nombre de un personaje del poeta colombiano Rafael Pombo (1833-1912).

Patio

A. Emiliano Herrera Maguey
(© Ángel Emiliano Herrera Maguey, 1994)




Tengo un patio lleno de voces.
En las manos, unos rasguños
que alguna piedra me hizo.
Y bajo el sol que me dieron los libros
una soledad que enfría los huesos.

En el patio, todavía, tengo una docena
de soldados, terrones y piedras;
y un hermano-general
que somete a sus hombres de plástico
a la rigidez de la disciplina militar
de los niños.

–Comienza el ataque–

Terrones estallan, vuelan soldados.
La maleza esconde los destrozos
como una selva en miniatura.

Nuestra madre condiciona una tregua:
la comida va de por medio.

Sentado frente a mi perro,
tengo un patio de voces
un pequeño país
que todavía no entiendo... 

jueves, 5 de agosto de 2010

¿Qué hora tienes?

Una de las cosas que he aprendido en el camino de la vida (valga este lugar común) es a respetar el tiempo de los demás y el mío propio. Se dice que es "un reflejo de respeto al tiempo de los demás" (1).

Viví varios casos en que sufrí la impuntualidad. La que más recuerdo fue un cita fallida -si le puedo llamar así- en la que la chica de la que estaba enamorado quedó de llegar. Pasaron dos horas, llovió y no llegó. ¿Que fue tonto de mi parte esperar tanto? Si, pero estaba enamorado y era adolescente, de joven uno hace muchas estupideces, como esperar inútilmente. Después comprendí que era una forma de desmotivarme. Con los años entendí que en el fondo no me respetó o si lo hizo, también se esforzó en convencerme de lo contrario. Sólo hizo que perdiera mi tiempo y mis emociones.

Desde entonces no espero más de 15 minutos o menos. Siempre lo advierto o por lo menos pido que me avisen que llegarán tarde por los imprevistos de una ciudad tan estridente como la de México. Aunque a veces no lo advierto, supongo que me conocen y no espero demasiado. Al menos creo que eso saben de mi.

¿El otro incidente que recuerdo? ¿Han visto Pueblerina? Película de Emilio "Indio" Fernández de 1948, con Roberto Cañedo y Columba Domínguez, en la que el personaje de Cañedo se casa con su novia, que violada y expulsada del pueblo por el cacique. Él estuvo varios años lejos del pueblo, en la cárcel, acusado por las intrigas de su enemigo de amores.

En una de las escenas, ya en la fiesta de la boda invitan a los habitantes del pueblo, pero nadie asiste por las amenazas del cacique. Ellos celebran su boda en absoluto abandono. Es una imagen amarga y de inmensa soledad. El año pasado, viví algo parecido, el día de mi cumpleaños. No era boda, sólo mi cumpleaños. Festejé sólo con la mujer con la que salía. Las personas con las que pretendía festejar no llegaron o avisaron una después de la cita pactada que no asistirían. ¿Usted lector, acaso no avisa con un poco de anticipación?

En general procuro avisar que llegaré tarde o de plano trato de avisar que ya no iré o advierto que no es seguro que asista a la cita cuando se trata de una fiesta o reunión.

En estas vacaciones de verano tuve dos incidentes en los que me sentí mal por retirarme. En el primer incidente, aunque al final pareció un berrinche, me desagradó que me aplicaran el "ratón loco", es decir, que me cambiaran el lugar de reunión en varias ocasiones. ¿Con quién fue? No tiene caso decirlo, es seguro que siga molesta esta chica y no tengo muchos deseos de discutir. En todo caso, debí presentarme en su casa para no estar de un lugar a otro, con malas indicaciones.

Ayer (4 de agosto) tenía cita con una amiga muy querida, pero que no fue capaz de avisarme que llegaría 25 minutos tarde. Me llamó después de que me retiré y me recriminó que no la haya esperado y que "por qué no le avisé" que ya me iba. Si, no es la primera vez que llega tarde a las citas, pero me avisaba de sus retrasos. En esta ocasión no lo hizo. ¿Qué debía hacer? Le indiqué que fuera puntual en el mail en que acordamos la cita.

¿Debo ignorar el asunto? ¿Debo aceptar con resignación la "puntualidad mexicana"? Estuve triste todo el camino de regreso a casa, porque sí quería verla y charlar, desahogarme un poco y pedirle consejo.

Tengo mis defectos, pero trato de respetar el tiempo de los demás. Ya de niño fui muy paciente en los hospitales, porque no tenia opción. Hoy, que ya vivo solo, pues ya no soy tan paciente.

¿Usted, imaginario lector, es impuntual?
.
.

lunes, 21 de junio de 2010

Tarde...

Dos hombres murieron la semana pasada: José Saramago (1922-2010) y Carlos Monsiváis (1938-2010). De ambos todavía hay mucho qué escribir y se escribirá. Son pérdidas en muchos sentidos, pero debemos alegrarnos que sus legados serán y son perdurables.

Los dos grandes humanistas, defensores de muchas causas sociales y seres humanos comprometidos. Conciencias críticas que nos harán falta en este mundo cada vez más caótico.

Es lamentable, si, pero también debemos lamentar, como le comentaba alguna vez a un investigador de la UNAM, que no se está preparando a las nuevas generaciones, no hay muchos relevos ni se está pasando la estafeta a quienes sustituyan a los personajes actuales... O por lo menos no es tan evidente.

El mejor homenaje que se puede hacer a Saramago y a Monsiváis es leer y releer su obra.

domingo, 6 de junio de 2010

Domingo...

Es domingo, es un día asoleado. Desde la azotea se ven, entre la bruma, los volcanes.
He pensado que he dejado un poco abandonado este blog.
Originalmente podría hablar de mi vida... bueno, a veces lo he hecho, pero quería retomar un poco la idea del Los Estridentistas sobre este espacio llamado Estridentópolis. Históricamente se lo asignaron a Jalapa (si mal no recuerdo). Sin embargo, pareciera que cualquier conglomerado urbano es una "Estridentópolis" en potencia.

Esta "Estridentópolis" defeña tiene tantas cosas qué abordar. Desde la historia de sus calles más viejas hasta las anécdotas urbanas más recientes.

En algún momento comenté sobre dos libros: el primero es de Luis González Obregón: Las calles de México. Leyendas y sucedidos. Vida y costumbres de otros tiempos; y el otro es de Salvador Novo: Los paseos de la ciudad de México.

Ambos textos son muy interesantes ya que nos hablan de otros tiempos. Espero hablar de algunos pasajes en el futuro.

Por lo pronto, aviso que trataré de mantener un periodicidad semanal.

Un saludos a todos


sábado, 21 de noviembre de 2009

Purgar el corazón...

Miro las lápidas adornadas en el panteón que está al lado del Santuario del Señor de la Cuevita. El lugar ya casi no tiene visitantes. Después del 1 y 2 de noviembre, todos se olvidan del lugar.

A veces miramos con desolación las solitarias tumbas cuando visitamos a los familiares muertos
en el mes de noviembre.

Pero para muchos es inevitable recordar cosas del pasado: comentarios, la compañía, las charlas que se tuvieron con quienes se han ido, ya sea por la muerte o por la distancia, el amor a otras personas.

Me niego a estar en el pasado, pero la mente, el cerebro –generalmente decimos corazón– nos juega malos ratos e inevitablemente nos trae el pasado al presente.

A veces quiero saber cómo es posible que siempre esté en mi mente el recuerdo de una persona que dejé de ver hace 15 años.

Tal vez sea que, mi cerebro, siente que no se ha cerrado un círculo, una etapa.

No lamento lo que viví con ella, lamento que se haya ido de mi vida.

Sean estas palabras un homenaje, una despedida a Zonia, un reconocimiento público de mis errores. Ahora ya no me duele escribir su nombre.

Sí, expresé comentarios que más que ayudar en una reconciliación, nos alejaron; sí, tal vez su madre influyó algo o demasiado en la separación, pero me queda claro que pudimos formar una familia estable.

Pero bueno, cerrando esa estapa de mi vida, me hubiera gustado despedirme de ella. Cuando nos separamos, cerca de metro Zapata, quedamos de volvernos a ver. Nunca sucedió. Quisiera despedirme formalmente, deseando que le vaya bien.

Quizá, así, mi corazón quede purgado de una buena vez por todas. ¿Quién no se ha quedado con un "adiós" el alma para una persona especial que se fue?

jueves, 16 de julio de 2009

Prohibido. . .

Fumar

cocinar atardeceres

mirar lacónicamente las estrellas

escribir pendejadas

con el pretexto de estar enamorado. . .


(nov. 6, 2006)

Nostalgias

La "nostalgia", según la RAE, es la "pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos"; también es la "tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida". ¿Quién no ha sentido nostalgia por algo o por alguien?

A veces recuerdo a mis abuelos, mi padre, mi hermano... Los amigos que ya no volví a ver, los compañeros de secundaria, prepa o universidad... la mujer que me amó, que amé y perdí en el camino...

No estoy atrapado en el pasado, aunque parezca. Sólo que a veces no puedo evitar mirar el albúm fotográfico y darme cuenta que las personas en el pasado, aunque no tenían cámaras fotográficas como las actuales, se daban el lujo de tomarse una foto, de vez en cuando, para el recuerdo.

Nunca me preocupé por eso, si no cuando ya tenía 35 años y ya no podía tener fotografías de quienes me han acompañado en el camino. Muchas de esas personas ya me parecen borrosas en la memoria. Ya se desdibujan sus figuras.

La fotografía es una manera de preservar la memoria, de hacer el recuerdo más perdurable.
El archivo fotográfico de la familia ya está tomando forma, pero me llevará algo de tiempo.

viernes, 10 de julio de 2009

Un cronista para redescubrir...

Uno de los grandes cronistas de la Ciudad de México y que en la actualidad se lee poco es Salvador Novo. Escritor que aparece en las letras mexicanas en la generación de los Contemporáneos. Escritor directo y sobrio, preciso en sus descripciones, aunque de vestimenta extravagante. Ya en los sesenta y setenta se le consideraba (¿o fue?) como el cronista de la Ciudad de México.

Una selección de sus escritos lo publica el Fondo de Cultura Económica, en la colección Centzontle, se llama Los paseos de la ciudad de México y es una interesante de siete lugares que todavía existen, pero que con el trnascurrir de los siglos han cambiado grandemente.

Tenemos una descripción de cómo era el Zócalo capitalino y por qué se formó de esa manera, está la bien documentada historia del Paseo de la Reforma o el Paseo de la Viga de dónde viene la historia de lo que hoy es Bucareli y de quién le da nombre a dicho lugar....

Es interesante, también la crónica que hace del tan visitado e histórico lugar de la ciudad: Chapultepec.

Pero insisto, es una selección es una probadita de lo que se puede descubrir en las lecturas; también es importante que no se dejen de leer esas pequeñas historias que nos hablan de nuestra ciudad, a veces odiada y la mayor de la veces, amada.

Ars longa, vita brevis...

lunes, 15 de junio de 2009

Voces de media noche

Preguntas antiguas...


En las noches te busco
Y no hallo respuesta escrita en tus labios

¿Y si no te encuentran mis ojos?

¿Y si las páginas son un desierto común?

¿Y si las palabras no suenan a verso?

¿Dónde están las golondrinas que cortan la calle con su vuelo?

¿Dónde quedó esa mujer llamada María
rozando su cabello con sus largos dedos?

¿Podré dejarle en mis versos la palabra,
un susurro al oído en el atardecer y
una lengua recorriendo la inmensidad de unos labios,
un beso fugaz?


AEHM

martes, 9 de junio de 2009

Sobre definiciones...

Según la REA, en su versión sin enmendar, la empatía es la "identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro." En su versión enmendada la define como: la "capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos".

¿Por qué lo mencionó? Esta capacidad me ha permitido hacer disfrutable mi trabajo, pero tiene su inconveniente cuando estoy en la calle y miro a mi alrededor, muchas escenas cotidianas me duelen. Los recuerdo que se deberían quedar en el pasado renacen. Gente que conocí, familiares que ahora son el polvo que menciona Quevedo en su soneto.


La empatía es buena, ayuda a recordar que somos seres humanos y que nunca dejaremos de serlo, aunque la "modernidad" y los avances técnicos y tecnológicos nos haga olvidar nuestra esencia.

Aunque a veces sigo pensando si somos una sociedad que ha alcanzado cierto nivel de civilidad. ¿Somos civilizados?



¿Quién tiró el plato de lentejas?

Cucufato [1] era un niño de siete años, de piel morena, cabello castaño y de ojos negros. Siempre gritaba y hacía enojar a la gente mayo...